[Crítica] Una Película de Minecraft

Crítica Una Película de Minecraft

Como alguien con una postura que se mantiene (algo) divorciada del mundo de los videojuegos (con Mario Bros. como ídolo máximo de este etéreo fanatismo), siempre me he mantenido con expectativas cautelosas respecto a cada propuesta cinematográfica de este nuevo y apabullante oleaje de filmes. Impulsados por la incesante ambición de sus sedientos estudios, saturan las carteleras mundiales con adaptaciones que beben directamente del ambrosio néctar de los más emblemáticos videojuegos de la cultura popular. Dichas obras lúdicas digitales encuentran un terreno fértil en la efervescencia y devoción que el fandom vierte sobre estas oníricas experiencias audiovisuales para reforzar sus (ya sólidas) bases y traspasar sus pixeladas fronteras hacia una industria más ambiciosa: la de Hollywood. Y claro, Una Película de Minecraft encaja en todo esto.

En ese contexto, ya entenderán que Minecraft no cuadra en mi cohorte generacional (Generación Z), y mucho menos su categorización como forma de entretenimiento se inclina hacia mi definición de hobby. Ahora bien, tendría que vivir en una caverna para no saber el mastodóntico impacto que este videojuego ha tenido en la cultura popular. Es así como con la inmediatez y omnipresencia del Internet de cómplice y unos cuantos primos algo (a quien miento, EN EXTREMO) obsesionados con el juego, he logrado arrojarme sin paracaídas hacía el sui géneris Overworld, una dimensión surrealista en la cual el concepto de creatividad es desafiado en demasía, y en donde el único límite es la subjetividad del ingenio, en su más mordaz versión.

Así pues, Una Película de Minecraft ha desembarcado su artillería más pesada cuadrada en todos los cines del mundo, para expandir las fronteras de su alcance más allá de las consolas y ordenadores, mientras afianza a sus fieles seguidores y amasa una nueva generación de novatos fanáticos como yo.

¿Es Una Película de Minecraft una digna adaptación del videojuego original?

Siendo un novato respecto al lore de Minecraft, y partiendo desde la premisa básica del juego en donde el jugador debe construir un mundo desde su perspectiva propia, puedo intuir (y de hecho la misma película lo deja claro) que la creatividad es el pilar sobre el que se rigen las reglas de este insólito mundo. En ese sentido, y encontrando la última pizca de lógica en esta sequía de sensatez, esta adaptación cinematográfica debería adoptar estos ideales como columna vertebral de su propuesta. Sin embargo, y para infortunio del lado más exquisito del fandom, no lo hace, a pesar de excavar incesantemente durante todo el filme tratando de encontrar ese paralelismo con su contraparte videojueguística.

De tal modo, esta adaptación cinematográfica podría percibirse inmisericordiosa respecto a su material original, pues siendo rigurosos, aunque nos zambulle en lo más absurdo de su disparatada propuesta, lo hace de una manera insustancialmente superficial y enfocando su objetivo hacia otro horizonte. Este tratamiento resulta dejándonos con la miel en los labios, sobre todo el potencial que la narrativa podría haber abrazado con el concepto del libre albedrío creativo. Y es que, si recuentan las ocasiones en la que se construye algo en el filme, de estas solo quedan vagos vestigios, y este elemento se usa más como alegoría decorativa en un guión que se ve minado por una comedia que (en ocasiones) cruza peligrosamente la frontera entre una ligera bufonada y lo cringe.

Jack Black eclipsa un ensamble personajístico potente

Este largometraje inicia su epílogo con la presentación de nuestros personajes principales, abriendo su excéntrico abanico con el personaje principal y líder insignia de la franquicia, Steve. Este es encarnado por el irónicamente ácido Jack Black, en su segundo intento de cortejo con este subgénero cinematográfico (recordemos que previamente prestó su voz a Bowser en Super Mario Bros.: La Película). A él se le suman Jason Momoa (Aquaman) Danielle Brooks (El Pacificador), Emma Myers (Miércoles) y Sebastian Eugene Hansen como Garret, Down, Natalie y Henry, respectivamente.

De tal modo, es Jack Black quien cabalga sobre una comedia de pura sangre (en el peor de los sentidos), cuyo tono descaradamente ácido se adentra en territorios que limitan peligrosamente con lo cringe. Y es que, desde un punto de vista subjetivo, tenemos la vaga certeza de que el pilar problemático del filme radica en su egoísta enfoque personajístico, y como este centra más su atención en el arco narrativo de  Steve (y Garret). Esto puede resultar obvio ya que él es el protagonista del videojuego original, y en n teoría lo es, solo que en este caso en específico la divergencia entre ambos productos radica en que la película le añade el ingrediente del diálogo. Y aunque aporta un trasfondo de personajes más íntimo, no resulta muy aprovechado narrativamente hablando, sirviendo más como una excusa para imponerte un festín de comedia a la cual la absurdez se termina devorando, y cuya consecuencia más pecaminosa resulta en el sacrificio del desarrollo de personajes secundarios, lo cual hace tambalear los cimientos de su sólido ensamble personajístico. De esta forma, la sombra de la grandilocuencia de Jack Black no solo llega a obnubilar la pulcritud narrativa del filme, sino que además eclipsa la búsqueda de una personalidad auténtica de Steve, quien termina cayendo en el clásico molde de personaje que Black ha convertido en marca personal.

A juzgar por el insustancial tratamiento de sus personajes secundarios y sustentando el planteamiento irracional sobre su desarrollo, debemos resaltar qué virtudes de los personajes hacen que echemos de menos un desarrollo más minucioso. Empezaré por una actriz que desde que vi en El Pacificador demostró un carisma nato, Danielle Brooks. En esta propuesta ve limitado ese desborde de bufonería por unos diálogos y escenas bastante mediocres que denotan una atrevida indiferencia hacia esa vena cómica de la actriz. En cuanto a Jason Momoa, este ofrece una actuación digna de un Razzie, que redondea el lado más cringe del filme, ejecutando junto a Jack Black una especie de ridiculización hacia el ya cliché arquetipo narrativo del bromance, que termina arrastrando consigo la única pizca de autenticidad de la peli hacia un abismo de sinvergüencería. Por último, y no por ello menos importante, resaltar también al dueto parental de la película, interpretados por Emma Myers y Sebastian Eugene Hansen, quienes se llevan la porción más desigual (narrativamente hablando) de este banquete que, de un voraz bocado de fan service, anestesia el juicio crítico de una masa a la que el éxtasis del fanatismo nubla por completo. Es así como un subarco que bebe de la narrativa de desarrollo de estos dos personajes, y que sirve como moraleja para los más pequeños, queda relegado y solo es rozado con la yema de los dedos por el director de Nacho Libre. Estamos refiriéndonos a la negativa estigmatización de la creatividad en los infantes, fenómeno que la contemporaneidad traduce como la figura de el genio incomprendido.

Unos apartados técnicos que sobreviven a la mediocridad

Si algo debemos de rescatar de entre tanto escombro narrativo, es el apartado técnico. Es algo que Una Película de Minecraft puede ostentar con orgullo. Y es que, desafiando cualquier patrón previo, este filme nutre su vago concepto de creatividad dotando al lado visual con unos VFX que te sumergen en el Overworld de una manera más que idónea, teniendo en cuenta que casi el 100% de este mundillo fue construido digitalmente. Esto conlleva a valorar aún más el trabajo interpretativo del quinteto protagonista, para los que supone un desafío aún mayor al interactuar con un escenario intangible para ellos y cuya materialización no se concreta hasta la posproducción. En cuanto a la banda sonora original, se ahoga en su propia mediocridad manteniéndose escéptica a la innovación. Así, este apartado técnico se torna genérico y carente de sustancia, desvirilizando el potencial de cada escena, específicamente en las que la acción cobra protagonismo.

Conclusiones

Una Película de Minecraft es un game over al que su única vida extra le brinda la oportunidad de honrar esa escencia creativa de su contraparte videojueguística. Y aunque termina logrando su cometido, algunos bugs en su recorrido entorpecen su narrativa, la cual aunque enriquecida por un grupo de personajes potente, pero en extremo narcisista, no termina de cuajar gracias a un humor que llega a ser corrosivo e imprudente. Así, esta película edifica sus cimientos sobre la nostalgia, un recurso que, atado a la subjetividad del espectador, ve engrandecida su mediocre propuesta, meramente alimentada por una obnubilada evocación emocional.