En un contexto hostigado de live actions, secuelas, recuelas y remakes, parecía una utopía el hecho de que Disney no haya encontrado en unos de sus proyectos más disruptivos un potencial candidato para su traducción a imagen real. Y más increíble aún es que el proyecto inicialmente haya sido concebido como formato para streaming.
Sin duda para muchos (y me incluyo), el filme original de Lilo y Stitch se ha convertido en una especie de comfort-movie. Y es que su pilar narrativo centrado en la familia, su animación acuarelada que rompió esquemas (por lo menos en el monótono estilo de animación americano) y su divergencia con la plantilla narrativa cliché de Disney, significó su consagración como uno de (los tantos) íconos animados que el estudio padre de Mickey Mouse añadió a su selecta colección cinematográfica.
Bajo esa sombra de iconicidad y expectativas, Disney se atrevería a desempolvar las faldas hawaianas para intentar traer de vuelta esa fiebre que tuvieron tras de sí el Proyecto 626 y compañía en el filme alumbrado gracias al dúo dinámico conformado por Chris Sander y Dean DeBlois, padres cinematográficos de la también icónica saga de Cómo Entrenar A Tu Dragón.
¿A la altura de la original?
Está claro que la contemporaneidad no ha sido la mejor cómplice de la faceta más innovativa de la casa del ratón, y es que, al menos en lo que respecta en adaptaciones live action, Disney ha optado por evitar abrazar nuevas ramas narrativas que nutran aún más la iconicidad que se intenta transmitir a estos caprichos (no sabemos si) requeridos por las nuevas generaciones.
Bajo esa premisa, Lilo y Stitch no escapa de esa maldición, que ojo, no siempre es del todo mala. Tenemos como ejemplos a Maléfica y Cruella, que, aunque no beben de ningún producto sólido (película individual de culto), tenían como principal obstáculo proponer una historia que le haga justicia a la iconicidad de estos personajes. Así, esta propuesta narrativa dominada por el Proyecto 626 prefiere navegar por aguas ya conocidas, la clásica historia de Lilo, su hermana y su lucha por serle fiel a la idealización de la familia perfecta.
En la ejecución, la película cumple con su cometido, principalmente impulsado por las dos actrices que encarnan a Lilo y Nani, que logran capturar una pizca de esa magia que definitivamente confirma nuestra teoría de que algunas cintas de culto pueden resultar intransferibles a la acción real. Pero no decimos que este largometraje suponga un despropósito narrativo, ni mucho menos visual, ya que en ese sentido logra cubrir las expectativas y propósito al ser tan entretenida como su contraparte animada.
El problema quizás radica en su naturaleza original de «película para streaming«. Y es que el potencial que este filme ostenta no parece necesariamente digno de una sala de cine. Y no culpamos a la película, si no a la directiva de Disney. Resulta desconcertante que, con pleno conocimiento de la iconicidad del proyecto se haya descartado la posibilidad de llevar este filme a la pantalla grande desde su concepción. Al final del día esta decisión se convierte en el principal obstáculo de esta Lilo y Stitch. Y es que, aunque como dijimos el filme cumple su cometido de embaucar al espectador, no consigue escapar del eco de su mediocridad, resonancia que incluso termina siendo más trascendental que su principal arma, la nostalgia.
Su argolla de protagonistas, su mejor apuesta
Pero descuidad, no todo ha sido dinamitado por las decisiones controversiales del tintero Disneyniano, ya que, ante la falta de innovación, la casa del ratón al menos de digna a ofrecernos un abanico actoral que, valgan decir verdades, calza a la perfección en la personalidad que hizo de los personajes de su contraparte animada memorables.
En ese sentido, la actriz de Lilo (Maia Kealoha) es la más destacada de esta mancuerna, capturando con audacia esa naturaleza tierna, pero a la vez disruptiva del personaje, que se contrasta y complementa a la perfección con la de Stitch. El resultado es un encanto igual al de su versión animada. En cuanto a Sydney Agudong, esta dota a su iteración de Nani de una personalidad algo más egoísta, pero sustentada en un arco en donde la superación personal intenta coexistir con la idealización de la familia perfecta. Así, y como opinión subjetiva, el personaje termina teniendo una evolución bastante lógica en la contemporaneidad, y la decisión del clímax del tercer acto, polémica o no, no hace más que reconfirmar esto.
En cuanto a la transición de Jumba y Peakley a la acción real, esta resulta sorprendentemente fiel, a pesar de ser el manifiesto evidente de el extrangulamiento presupuestario que sufre la película, consecuencia inherente de su naturaleza de producto streaming. Y es que Zach Galifianakis y Billy Magnussen exprimen esta carencia a más no poder, sobre todo este último, dotando a su personaje de una vena cómica tan eficiente que la orfandad del CGI pasa desapercibida. Solo una decisión respecto al personaje de Galifianakis hace que esta torre de naipes tambalee, y es la decisión de usarlo como reemplazo de Gantu, el villano principal de la versión animada, elección que lastra el arco de Jumba al producir un contraste bastante marcado entre la personalidad que adopta este al inicio del filme y aquella que desarrolla hacia el clímax.
Mención honrífica a algunas licencias creativas que terminan nutriendo la nostalgia, pero acribillando el arco argumental de arquetipo clásicos del filme original. Está el de Cobra Bubbles, a quien se le es arrebatada su principal virtud y gracia, esa dualidad entre su severidad propia de agente gubernamental y su calidez empática de su rol como asistente social, sacrificando el lado más dócil característico de estos intermediarios sociales para verterlo en Tia Carrere como Mrs. Kekoa (voz original de Nani), un personaje original que sirve como mera excusa para honrar al reparto original del filme animado. Intención dulce, pero que termina desdibujando a un personaje que tenía bastante potencial en su versión live action. Y luego está David, que solo sirve como nexo entre la familia de Lilo y su abuela, pariente que de hecho cobra vital importancia en el polémico cierre del filme.
Jamás les perdonaré que hayan «obviado» la escena de Elvis
Ya sé que en teoría la escena de Stitch caracterizado como Elvis sí hace acto de presencia en el corte final (aunque en los créditos), y es que la exposición de este facto es más bien una excusa para hablar sobre el apartado técnico del filme, ámbito que es literalmente un calco de su obra original. Hawaiian Roller Coaster Ride y You’re the Devil in Disguise mantienen la nostalgia a punto nieve, mientras que una cinematografía tan poco contrastada e insaturada como la mayoría de filmes que esta década ha alumbrado, se queda en el conformismo sin lograr capturar esa magia, que la película parece confirmar como inadaptable al live action.
Aparte de eso, no encontramos más novedades en el frente, sino más bien razones suficientes para creer firmemente en que hay productos cuya iconicidad no puede ser replicada ni con todo el CGI del mundo.
Conclusiones
La pregunta que siempre inunda la mente del espectador en estos casos es «¿Por qué? ¿Por qué tratar de ir contra viento y marea transicionando la magia idílica de la animación a través del embudo capitalizador de Hollywood?». Y es que la consecuencia casi siempre resulta en un fracaso absoluto, principalmente sustentado en la poca innovación narrativa que ni los abultados presupuestos, ni las miles de capas CGI pueden disimular.
En ese sentido, Lilo y Stitch sufre las consecuencias de esta oleada de Frankensteins cinematográficos disfrazados de evolución necesaria hacia el cine animado, considerado ahora como anticuado y obsoleto, una postura bastante hipócrita, si se considera el reciente conveniente y renovado deseo de Disney por retornar a sus raíces mediante la revalorización de la clásica animación 2D.
Y es que la poca innovación que rodea a este filme se contradice con cambios que al final del día no aportan nada a una historia que es tan perfecta sobre los cimientos que se construye, la animación. Salvada por un reparto que se esfuerza al máximo por rendirle tributo a la icónica personalidad de cada una de sus contrapartes animadas, Lilo y Stitch queda en un limbo tan ambiguo, que hace que el espectador se cuestione incluso la existencia de esta reinterpretación tan insípida.