¿Quién no conserva, impresa en su memoria y retina, la icónica imagen de un extraterrestre azul revoltoso y balbuceante que, con su inadvertida irrupción, pondría patas arriba la -ya volátil- vida de dos hermanas huérfanas? Nos referimos sin duda al protagonista de Lilo y Stitch, el personaje creado Chris Sanders (quien también es su voz) que tuvo la osadía de intentar destronar la intacta hegemonía que Mickey había mantenido en Disney desde su fundación, cautivando a generaciones enteras con esa incomprendida ternura y contradictoria naturaleza.
Con tales atributos, Stitch se convertiría de inmediato en un tótem contemporáneo de la cultura popular y en un emblema y sinónimo de caos e irreverencia. Pero ¿qué sería de nuestra indomable criatura sin la presencia de Lilo, su yang, su reflejo redentor y su fiel acompañante? Lilo representa no solo el antídoto ante tal descontrol, sino también funge como proyección del lado más vulnerable de la infancia. Así, resulta impensable concebir a uno sin el otro.
Y es precisamente sobre esos sentimentalistas cimientos sobre los que el filme entreteje sus múltiples tramas. Esto incluye desde una refrescante dosis de humor, sobre la que cabalgan Jumba y Pleakley, hasta arcos argumentales reflexivos, como el centrado en Nani y su lucha interior por convertirse en figura y ejemplo digno para Lilo, desarrollo que invita a una sutil meditación acerca del poder de la responsabilidad. Todas estas propuestas no solo robustecen el corazón de la cinta, sino que de una manera inusual en esta estirpe de largometrajes, se atreve a desafiar los paradigmas y estigmas del cine de animación, reivindicando a este como un conducto válido sobre el que temas delicados pueden abordarse sin pudor alguno. Así y con todos los ingredientes precisos para convertirse en el filme de culto que es hoy en día, Lilo y Stitch ha caído en las garras de las adaptaciones live action (para bien o para mal), un concepto que Disney ha venido explotando en los últimos años como excusa ante su falta de innovación. Y aunque nuestras expectativas son moderadas respecto a esta reinterpretación contemporánea, no podíamos evitar revisionar el clásico animado de 2002 para comprender el por qué de su inmediato impacto en la cultura popular.
Así que aquí va una breve crítica de aquel entrañable e icónico largometraje, antes de presenciar su tránsito del mundo animado hacia el ámbito del realismo cinematográfico.
Lilo y Stitch: La joya incomprendida de Disney
Como mencionábamos previamente, la fórmula que convirtió a Lilo y Stitch en el icono popular que conocemos hoy fue una que entretejió sus fibras principales con hilos sentimentalistas, aquellos que edulcoraron y engrandecieron una sola frase cuyo eco retumba hasta la contemporaneidad. Hablamos de «Ohana«, expresión Hawaiana que se traduce como «Familia», y que se convertiría de inmediato en el sello insignia de la saga, trascendiendo incluso su propio contexto lingüístico al encumbrarse como la palabra más célebre y trascendental del diccionario Hawaiano. Y es que este concepto de «familia» es el eje sobre el que gira la trama de esta propuesta cinematográfica por parte de Disney, una que curiosamente se aleja de esa esquematización del clásico arquetipo de princesa o héroe subyugado por el infortunio, que, siguiendo un cliché argumentativo bastante recurrente, logra desfangarse de la tragedia para abrazar un destino que exagera con su optimismo algo empalagoso. Así, Lilo y Stitch parece ser el hijo incomprendido de Disney, una anomalía tan extravagante como su protagonista, atreviéndose a presentarnos no solo a un personaje con un trasfondo roto, si no a un par de estos, con conflictos que se camaleonizan bajo la algarabía y el optimismo de la comedia y una animación estimulante, pero que reflejan el lado más vulnerable de dos niñas a las que la sombra de la madurez ataca sin tregua ni piedad.
Un juego de ajedrez plagado de jaque mates emocionales
Así el vástago incomprendido de Disney no solo fractura el arquetipo de la clásica plantilla disneyniana, sino que, en lugar de buscar argumentos que rediman la imagen de «familia rota», abraza esta identidad, con la figura de Stitch fungiendo como catalizador simbólico de la aceptación, permitiendo así una reconciliación emocional entre ambas protagonistas. De este modo, el filme se toma incluso la licencia de trascender esa ilusoria fantasía animada, instaurando así un paralelismo con la realidad de muchas familias disfuncionales y sus luchas internas por fortalecer sus vínculos afectivos
Algo que hace abismalmente diferente a esta película respecto a la estirpe previa de largometrajes animados de Disney, son sus personajes, cuyos arcos argumentales establecen problemáticas más humanas. Esta aproximación invita al espectador a sentir una empatía más genuina y real, estableciendo así un vínculo afectivo más inmediato con su trama y protagonistas.
En ese sentido, cada personaje funge como pieza de un juego de ajedrez plagado de jaque mates emocionales. Empezando por la figura central de la narrativa, tenemos a Lilo, una niña que disfraza su dolor ante la ausencia de sus padres con una hiperactividad desbordante, actitud que la convierte en blanco fácil de bullying. Después está Nani, la hermana mayor de Lilo, que asume el complejo rol de figura parental sustituta. Todo eso mientras entabla un lucha interna por llenar las expectativas que conlleva dicha responsabilidad y se ve agobiada por una comprensible frustración que, aunque el filme matiza y lo mantiene casi implícito, se basa en el juicio que esta percibe como negativo respecto al anhelo, malinterpretado como egoísmo, de priorizar un desarrollo personal que la convierta en una figura más digna de Lilo.
Por último está Stitch, que funge como intermediario para que nuestras protagonistas acepten la naturaleza disfuncional de su núcleo familiar. Y es que, con su caótica actitud, conduce a nuestras protagonistas a traspasar el umbral de su anárquica cotidianeidad, exacerbando en sus propios límites solo para terminar aceptando y abrazando dicha disfuncionalidad como forma de vida.
Apartados técnicos que apapachan el corazón
Sin duda, Disney le debe su monumental éxito a su emblemática colección de películas de animación, auténticas vitrinas que encapsulaban las ilusorias fantasías de millones de niños, aquellos que junto a un ratón fueron testigos del surgimiento de una de las marcas insignia en lo respecta a animación. Tales propuestas cinematográficas, que bebían -en su mayoría- de míticos cuentos de inicios del siglo pasado, tamizaban el lado más macabro de estas narraciones para edulcorar una fórmula que glorificaba y romantizaba el cliché de la superación, mediante el poder del amor. Así llegaría Blancanieves, el primer eslabón de las icónicas princesas Disney. Posteriormente Pinocho, Fantasía, Bambi, entre otros, allanarían el camino para lo que se consideraría la edad de oro de la empresa.
Como es obvio, al ser pionero en este género cinematográfico, el estudio padre de Mickey vería transmutar el estilo de animación. Este tránsito implicó el abandono de un estilo bidimensional de vívida colorimetría y bosquejado a mano, fondos acuarelados y escenas que danzaban al compás de una excelsa banda sonora. Todo ello para abrazar la tridimensionalidad mediante el uso de herramientas digitales que enaltecieron la composición de sus fotogramas, dotando a la animación clásica de un dinamismo único que estilizaría el largometraje, acercado su arquitectura visual a un terreno más realista.
En el caso específico de Lilo y Stitch, Disney optó por usar un estilo de animación híbrido, que combina la técnica de la vieja escuela con la evolución del expresionismo en la animación. De tal manera, fondos acuarelados orquestarían la composición visual sobre la cual se desenvolverían nuestros personajes. Tales caracteres se nutrirían del dinamismo que la contemporaneidad le otorgaría a la animación, particularmente en su forma del hiperexpresionismo, técnica que no solo fungiría de cómplice perfecta para la arquitectura visual del filme, al plasmar en su forma más salvaje, la caótica y disruptiva personalidad de nuestro indómito “Proyecto 626”, sino que además fortalecería de manera sustancial las bases cómicas del filme, dotando a este mismo de un aura distintiva que de inmediato divergiría respecto a la ya clásica formula Disney.
Respecto a la elección de su banda sonora, esta, como es obvio, basaría su propuesta en los ritmos hawaianos, además de enfundar sus notas en un níveo traje de lentejuelas y un coqueto copete que encumbraría a (You’re The) Devil in Disguise como un eje sonoro indisociable del filme, cayendo así en una inevitable relación simbiótica imperecedera con este. Así, la hija prodiga de Chris Sanders, no solo abrazaría a Elvis Presley como ícono eterno de la cultura popular, sino que lo introduciaría a una nueva generación de la manera más apoteósica posible.
Pero este abanico de referencias traspasaría la legendaria silueta del Rey del Rock & Roll para dar lugar a una plaga de referencias al séptimo arte. Aquellas que abarcan desde clásicos instantáneos del estudio como Dumbo o Mulán, hasta otras que coqueteaban con franquicias y arquetipos personajísticos bastante marcados, como Cobra Bubbles, la representación del clásico mito de los agentes gubernamentales y sus operaciones bajo sombra. O el mismo Stitch, cuya arquitectura argumentativa evoca a criaturas emblemáticas del cine fantástico de los 80 y los 90 como los Gremlins o el entrañable E.T. En tanto la representación visual del revoltoso azulado, aquella en donde su lado más destructivo emerge, nos remite a un descarado espejismo hacia los míticos kaijus del cine japonés clásico.
Conclusiones
Lilo y Stich es, sin duda, el hijo incomprendido de Disney. Ese patito feo que desafió las leyes de su desafortunado destino para convertirse en uno de los filmes más icónicos de la casa del ratón. Y es que su arquitectura anticonvencional refrescó los cimientos edulcorados de la marca para presentarnos una historia que dejaba de lado los egoísmos de superación, y para abrazar un concepto donde primaba la familia en su lado más disfuncional. Con un puñado de personajes fracturados emocionalmente, este filme logró desestigmatizar la perspectiva superflua del género animado, para demostrar que este tipo de largometrajes pueden ser el vehículo de reflexiones mayores y temas de mayor calado emocional. En esa misión, su refrescante estilo de animación y su carta de amor a la cultura popular se erigen como catalizadores de una propuesta innovadora, atrevida en su arquitectura narrativa y estimulante en lo visual. Así este filme sirve como un reflexivo recordatorio de que, a pesar de los escombros emocionales y los lazos rotos, el poder de «Ohana» es capaz de imponerse ante los oleajes más salvajes y duros de la vida.