[Crítica] Deadpool

Póster Deadpool

Al habla Deadpool, niñitas. Qué, ¿habéis decidido venir aquí a leer la opinión de un gilip****s sobre mi película? Pues veréis, mientras lo hacéis, intentad no imaginar a este redactor soplap****s con una pistola apuntándole a su punto G. ¿Sí? ¿Hecho? Está bien. Pero estaré vigilando.

Escribir una reseña sobre Deadpool es algo sumamente difícil. Y no solo por esta presión hacia mi futuro linaje -así que Wade, por favor, apunta a cualquier otro sitio menos ese. No, ese tampoco. Uf, es que a ese le tengo mucho cariño…-. Al fin y al cabo, estoy seguro de que ya os habréis hecho una idea, Deadpool no es una película de superhéroes al uso. De hecho, no es una “película” al uso. Y eso, como casi siempre, suele acarrear una parte buena y otra no tan buena.

La buena es que al salir del cine uno solo puede pensar en Rob Liefield, creador del personaje. Un servidor tan solo puede imaginar lo que puede significar para Rob haber entrado en el panteón de los creadores que han visto en la pantalla grande una adaptación fiel al espíritu original de su obra. Porque sí, eso es en primera instancia Deadpool. No una plasmación de la historia de Wade Wilson absolutamente literal, no. Deadpool anda un poco por libre en ese sentido. Sin embargo, nunca, jamás, el cine ha visto un “superhéroe” tan directamente heredado del medio del cómic. Aquí sí, este es el Deadpool que habéis leído siempre (para mí siempre serás Masacre, Wade). Con violencia explícita incluida, además de ese tono irreverente del que no se libra nadie. Y lo mejor: ¿alguien dijo rotura de la cuarta pared? Pues imaginad una cuarta pared rompiendo una cuarta pared…

¿Eso son dieciséis paredes?

Justo, Wade. Dieciséis paredes. Casi las mismas que acaban regadas de sangre. Incluyendo la tuya, claro. Y es que Deadpool, de una manera un tanto retorcida, recuerda tanto en trama como en estructura al primer volumen de Kill Bill; toda una vorágine de espadas rasgando la carne, flashbacks bien ubicados y un sentido del humor mucho más oscuro que el negro.

Sin embargo, porque siempre hay un “sin embargo”, Deadpool es también esclava de sus propias virtudes. Al fin y al cabo, contar con un protagonista tan sumamente bizarro y bocazas, siempre dado al humor, añade un plus de dificultad a la hora de narrar secuencias duras emocionalmente, de esas que deben llegarnos a lo más hondo. Encontrar el equilibrio entre la comedia y el drama es aquí el mayor de los riesgos. Y en un inicio, debo reconocerlo, la película patina en este ámbito. Cuesta tomarse en serio a alguien que siempre tiene una broma en la recámara, incluso cuando está sufriendo. Sin embargo, este pequeño detalle parece irse regenerando -no visteis venir el chiste, ¿verdad?- conforme avanza el filme, con una voz en off del propio Wade que en ocasiones, sobretodo en lo tocante al amor, consigue no solo emocionar sino también hacernos reflexionar. Acerca de la vida y la muerte, acerca de cómo puede afectar todo ello no solo a tu propia persona, sino también a lo que más quieres.

Al final, y esto es lo que me gustaría transmitir con esta reseña, Deadpool es un producto distinto a todo lo visto hasta ahora. Y eso está muy bien para algunos, pero puede que a otros les resulte algo cargante, puede que incluso de mal gusto. Exactamente como ocurre dentro de los propios cómics de Marvel.

PD: Ryan Reynolds es, ahora sí, la redención hecha actor en el mundo del cómic. Ben Affleck, creo que eres el siguiente.

PD2: Wade… ¿puedo marcharme ya?

Claro, chaval. Anda, ve con Dios.

¡Muchas gracias! Nos ve… ¡BANG! ¡Aaaaaaaargh!

Pringao.